lunes, 5 de noviembre de 2007

TIATACO: LOS MUERTOS BAILAN ENTRE LOS VIVOS

Occidente está sumido en una empresa irrisoria: vencer a la muerte. De ahí sus grandes compañías de seguros, su genética, sus clonaciones, sus quimioterapias y hasta sus analgésicos. Pero cualquier triunfo en ese sentido es un engaño. Y occidente, en el fondo, lo sabe. De allí su estress, sus espas, su sicoanálisis. Lamentablemente la muerte existe. Lamentablemente, es una fortaleza inexpugnable. Sino, hay que preguntarselo a un desierto.


Lo andino tiene una postura diferente: la muerte es algo con lo que se puede llegar a convivir. Porque para ellos la muerte no es una ruptura, no es un punto final, sino una etapa del ciclo incesante de la vida: es necesario morir, morirse, para volver a nacer. Hay un ejemplo clásico: la semilla que se siembra tiene que morir para nacer en una nueva planta, en una nueva vida. Antes de la llegada de los españoles se creía que los muertos iban al mundo de abajo, al Urkhu Pacha. En ese mundo subterráneo el ciclo de la vida (o de la muerte sería más exacto) era al revés: se nacía viejo y se moría joven para volver a nacer en el mundo de los vivos. Pero durante su travesía por la muerte no estaban totalmente desligados del mundo de los vivos. Cada año volvían a ver si su recuerdo perduraba. Y entonces comían, bailaban y bebían con los vivos. Los días en que volvían eran en los inicios de la lluvia (los ritos andinos están muy ligados al calendario agrícola): principios de noviembre.

Cuando los españoles llegaron fueron testigos de un ritual en el que los andinos desenterraban a sus muertos, les bestían contrajes de fiesta y bailaban con ellos para luego volverlos a enterrar con comida. Claro, los conquistadores no podían decir otra cosa que: ¡herejía!


Mastaku, la mesa donde se coloca comida y bebida para los muertos

Todos los santos, fiesta que se celebra el dos de noviembre en Bolivia, es una herencia en gran medida de esta tradición andina mezclada con rasgos de la religión católica. EL primero de noviembre se prepara una mesa (mastaku) llena de tantawawas (niñas de pan) y comida y bebida para las almas de los difuntos que llegan a medio día. Durante toda la noche reciben visitas de familiares o amigos que rezan o cantan. Al siguiente día, también a medio día se levanta la mesa y el difunto vuelve al mundo de los muertos (o cielo, según los católicos).


Pobladoras de Tiataco (un pueblito en el occidente del departamento de Cochabamba) bebiendo chicha

Es verdad que el mundo andino de hoy ya no es más el mundo andino de hace cinco siglos. Occidente se ha filtrado en él. En esa medida es muy posible que muchos andinos hayan empezado a vivir la angustia, vivan también tratando de espantar a la muerte a como de lugar, de no pensar en ella, de negarla, de olvidarla. Es que pensar la muerte desde occidente es angustioso: después de ella no hay nada. Pero queda aún un resquicio a través del cual los muertos pueden pasar a este mundo y, a pesar del pavor que genera lo sagrado, los vivos puedan mirales a los ojos. Ese resquicio es Todos los santos. Mientras dure, vale la pena bailar y comer y beber con los muertos.




1 comentario:

katrien dijo...

Igual maravillosos fotos.
Que suerte que figuras dicen mas que palabras!